miércoles, 8 de mayo de 2013

Lo que hemos perdido en estos años.

Hoy he decidido compartir en este blog, un genial ensayo de mi amigo Renán Acosta quien fuera hace ya varios años mi profesor de historia en el colegio. La motivación para compartir este escrito de él, es porque encaja perfectamente la frase que ocupa el título de mi blog "Buenos cristianos y honrados ciudadanos.", les invito entonces a leerle con detenimiento y a seguirle en twitter ( @rennacosta ) en especial para darle sus comentarios ;)


Lo que hemos perdido en estos años.

por Renán Acosta @rennacosta el Martes, 7 de mayo de 2013 a la(s) 17:40
 
La historia de Venezuela es un relato lleno de traumas y de rupturas. Hasta mediados del siglo XX, cualquier conflicto entre facciones en pugna por el poder, se dirimía a través del sonido de los cañones. Sin embargo, una generación convencida de que las sociedades progresan, y de que la humanidad es capaz de superar la barbarie, luchó con afán por tratar de educar a una población indómita, que no tenía una noción muy clara del avance social, pero sí una formación religiosa con principios sólidos para distinguir entre el bien y el mal; lo que hacía suponer que era poseedora de un buen corazón.

La generación del 28 (llamada así, porque siendo muy jóvenes se rebelaron contra el gomecismo en 1928) estaba ganada para las ideas del positivismo, ya que sus más eminentes maestros: Alberto Adriani, Rómulo Gallegos, Luis Razetti -entre otros- estaban plenamente convencidos del triunfo de la civilización sobre la barbarie.

Según los principios fundamentales del positivismo; cuyo máximo exponente es el francés Augusto Comte, la sociedad marcha en una carrera lineal hacia el progreso, porque la educación es una herramienta infalible para la redención del hombre.

En Venezuela, estas ideas hallaron su mejor expresión en la creencia algo utópica de que cuando los civiles ilustrados, arrebataran el poder al salvajismo militar, nuestro país tomaría una vía sin retorno hacia el progreso.

Lo que Don Rómulo Gallegos trata de expresarnos en su novela "Doña Bárbara" da fe de ello. A través del relato, nuestro más ínclito representante de las letras, nos ilustra la lucha feroz entre la civilización y la barbarie. Sin ningún tipo de manipulación ideológica, sino más bien de una forma casi ingenua, una síntesis sencilla de "Doña Bárbara" nos expresaría que la educación y la formación académica, siempre deben de triunfar sobre la ignorancia y la barbarie; y que ese triunfo, es el triunfo del progreso, la justicia y la igualdad.

Gallegos cría firmemente en ese precepto. Con seguridad, su convicción personal sobre el valor de la educación como herramienta de cambio social, le convirtió en maestro. Él creyó con convicción, en la famosa frase pronunciada por el Dr. José María Vargas, surgida en su célebre diálogo con Pedro Carujo, en 1835. Cuando el feroz Carujo le dice a Vargas que "el mundo es de los valientes", el egregio filántropo le responde: "No, el mundo es del hombre justo". 

Es así, como la generación del 28 adopta el principio de que la educación del pueblo, es el único "ticket" de entrada, no sólo al progreso, sino hacia la armonía social y la igualdad.

No obstante, como no existe nada perfecto en este mundo, la generación del 28 fue una generación dividida: una parte de ella, complementó sus principios ideológicos con los argumentos marxistas que causaban furor entre la juventud europea de aquellos tiempos (los hermanos Machado, Miguel Otero Silva, Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba y Raúl Leoni, entre otros), mientras dos porciones algo más pequeñas, una se vinculó, al pensamiento social-cristiano (Rafael Caldera, Lorenzo Fernández) y la última -más cercana al tronco original del positivismo- adoptó, básicamente los preceptos del capitalismo (Uslar Pietri, Eugenio Mendoza).

En cuanto a lo anterior, es curioso destacar, que hasta la década de los setentas, cuando la generación del 58 (la surgida a la caída de Pérez Jiménez) comenzó a rebelarse, contra las tradiciones morales ancestrales que le precedieron, la sociedad venezolana era profundamente religiosa. Sin embargo, no hubo identidad política entre los venezolanos de las décadas de los 30, los 40 y los 50, con el social cristianismo católico. El pueblo, halló más vinculación con las teorías de la izquierda moderada que con el resto de las expresiones políticas.

Esa falta de armonía, entre la fe religiosa popular y sus preferencias ideológicas políticas, terminó por destruir nuestros valores; porque un pueblo por eminencia creyente, entregó su destino en manos de una teoría "humanista", que en el fondo siempre ha sido ateísmo disfrazado. En descargo, hay que decir, que el social cristianismo venezolano, jamás ha exaltado sus creencias cristianas; siempre se ha basado más en su vieja raíz positivista, que en el pensamiento de Jesús.

La evolución política venezolana de la segunda mitad del siglo XX, estuvo marcada por las secuelas de la segunda guerra mundial; la obscena barbarie del comunismo, tanto ruso como chino; la hegemonía mundial del capitalismo estadounidense; la no menos brutal crueldad de las dictaduras militares latinoamericanas de derecha, es decir, por una visión que descalificaba por completo los extremismos; así que después de 1958, Venezuela optó por la vía intermedia de la social democracia. Una ideología a mitad de camino entre el capitalismo y el socialismo.

Fueron 40 años, hasta 1998, marcados por grandes dicotomías. Jamás, en toda nuestra historia hubo tantas oportunidades de formación académica para la población. El analfabetismo, que en la época de Gómez rondaba el 80%, y que al finalizar el gobierno de Pérez Jiménez superaba el 40%, en los años de la democracia, disminuyó a un aproximado del 5%.

Los logros en salud, en superación de la pobreza, en formación de mano de obra de primera, sólo pueden ser negados por la mezquindad de las mentes fanatizadas por la ficción actual.

Desde luego que frente a todos esos logros es necesario contrastar, nuestra gran tragedia del siglo XX; cuya raíz fundamental se encuentra en el fracaso económico que ha implicado para Venezuela el no haber podido o sabido diversificar nuestra producción. La dependencia única del petróleo fue el motor que impulsó el abandono del campo y la concentración desproporcionada de la población en la región centro-norte-costera. La escasa atención a la explotación agrícola, al turismo, a la pesca y a la producción industrial diversificada, retringió la actividad laboral al sector terciario (comercio, servicios, transporte) todo lo cual conforma su eje principal en las ciudades. De esta forma, los llamados cordones de miseria de los poblados urbanos, fueron creciendo de manera descontrolada, fomentando el caos y el hacinamiento, factores ideales para el fomento de la marginalidad, la pobreza y la delincuencia.

Mas, sería absolutamente injusto culpar a la pobreza material, de todos nuestros males. Ese quiebre moral que se produjo a mediados de los setentas, tiene su base bien firme en la adopción de un sistema secular de educación, que instruyó el cerebro de nuestros jóvenes, pero que condenó a la inopia, el corazón de toda una generación.

Ya a mediados de los noventas, ante la oleada incontenible de la corrupción administrativa, en muchos casos producida por personas poseedoras de maestrías y doctorados, los expertos en educación comenzaron a encender las alarmas con relación al hecho cierto de la escasa formación ética impartida en nuestras escuelas. No sólo se había desechado del currículo escolar asignaturas humanistas como Formación Moral y Cívica, sino que se había hecho una guerra continua para desterrar del pensum escolar la formación religiosa. Para ese momento, los expertos realizaron trabajos de eje transversal que demostraron que había una ventaja más o menos amplia entre el comportamiento cívico de los jóvenes formados en una escuela religiosa y otros salidos de escuelas públicas. Se recomendó la reinserción de la cátedra de religión en las escuelas, lo cual produjo una protesta muy enérgica de los sectores ultra-seculares de la sociedad. El mal ya estaba hecho. Eran décadas de prédica "humanista", en contra de una iglesia debilitada, e incluso contaminada ella misma, de muchas ideas abortivas de la fe en Dios y de exaltación del hombre.

Sin embargo, la pregunta relacionada con el título de esta reflexión sigue en pie, ¿qué hemos perdido después de todo este tiempo de secularismo y relativismo ético?. Ilustrémoslo con ejemplos: Los intentos de golpe de estado en la época de Betancourt -El Porteñazo y El Carupanazo- fueron condenados por toda la población. Esas acciones sangrientas, que ocasionaron la muerte a decenas de venezolanos, fueron rechazadas aun hasta por prominentes miembros de la izquierda. Muchos de ellos rompieron con los violentos, porque se dieron cuenta de lo irracional de aquellos eventos; sobretodo por la abominable intervención extranjera cubana, en la planificación y ejecución de esas acciones. En 1989, después del llamado "Caracazo", se descubrió la existencia en el Cementerio General del Sur de una fosa común, en el sector llamado "La Peste". Todo el país, condenó aquel hecho. No hubo sector político que justificara semejante barbarie; ni aun en el partido de gobierno.

Lo que indican los ejemplos anteriores (podrían citarse cientos) es que Venezuela era un país que reaccionaba de manera unísona -por no decir unánime- frente a la injusticia. No importaba que la, o las personas afectadas fuesen adversarios políticos, pobres, ricos, negros... en ese momento se olvidaba el color político o la lealtad perruna (que la había) porque primero estaba el hecho de que el afectado era un hermano venezolano. La corrupción era condenada de manera contundente por la opinión pública; de tal forma que el funcionario incurso en delito, tal vez podía quedar impune por las corrompidas autoridades; pero, él sabía que tendría que abandonar su cargo, porque el rechazo general lo perseguiría sin contemplaciones.

Hoy día, el grotesco pragmatismo; huérfano de todo principio moral que no sea la ventaja politiquera, ha hecho del pueblo venezolano seres insensibles ante el abuso, el cual no tiene significado en sí, sino que depende de a quién se le aplique, o quién lo aplique. Aquella hermosa voz unísona, que con todas sus fallas y defectos, resonaba en favor de la justicia, ha sido ahogada por el sectarismo fanático y enfermizo que condena al enemigo y justifica al "camarada". La mitad de la población parece haber perdido la condición humana; por no comulgar con la ideología del nuevo statu quo, puede ser humillada, masacrada, despojada de su propiedad; pateada vilmente ante las cámaras de televisión o de video, y la otra mitad de la población permanecerá inmutable. Esperando el montaje oficial, que terminará convirtiendo a la víctima en victimario. Como decía Yordano en su memorable composición de "Por Estas Calles", en Venezuela "la compasión ya no aparece; y la piedad hace rato que se fue de viaje". No importa que la víctima sea una persona pacífica como Franklin Brito, o como Mohamed Merhi; o un hombre que después de apoyar esta barbarie haya abierto los ojos, como el General Baduel. Para esa mitad cruel, enceguecida y fanática, el grito será el mismo: "¡Crucifícale, crucifícale!.

¿Qué podemos hacer para recuperar aquel espíritu hermanable, que no distinguía entre "revolucionarios" y "contrarevolucionarios", sino que condenaba la injusticia hacia cualquier venezolano?. Muchos piensan que las personas que actúan así, lo hacen meramente porque les falta educación; pero, hay personas en este régimen que poseen una educación de primera, y sin embargo son crueles, desleales y vulgares (Hermann Escarrá; Roy Chaderton; José Vicente Rangel), mientras personas muy humildes; incluso analfabetas, saben -por otro tipo de educación- que estamos frente a un régimen pervertido y perverso.

La educación meramente secular, sin ningún vínculo con los valores espirituales, jamás podrá ser una panacea de cambio. Es hasta pueril, repetir la receta que hombres de buena voluntad, pero equivocados, quisieron darle al problema humano de la decadencia moral. Gallegos, Prieto Figueroa, Uslar Pietri, Augusto Mijares, Mariano Picón Salas y muchos otros grandes humanistas de nuestro país, creyeron y trataron de llevar a la práctica ese sueño de transformar al país por la mera educación secular, y ya vemos el tremendo descalabro.

Sólo el retorno a la fe; o mejor aún, el encuentro con la fe, que les permitía a nuestros abuelos decir: "yo soy pobre; pero, honrado", nos puede salvar del monstruo que todo hombre lleva por dentro. Y si la familia, como aliado del estado, no toma consciencia de que la sola mente humana no puede producir en el hombre un código justo de respeto hacia sí mismo y hacia el prójimo, sino que necesitamos con urgencia la ayuda y redención de Dios, seguiremos pudriéndonos como sociedad, día tras día a pasos agigantados, hasta que el lloro y el crujir de dientes sea inevitable.

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